Bianca ThoilliezSalto de línea Universidad Autónoma de Madrid
-/-
La promesa de una educación de calidad para todos es una llamada de exigencia democrática, con la cual se asume que la educación forma parte del bien común. Sin embargo, sus condiciones de posibilidad son las que están siendo, precisamente, amenazadas. Vivimos una época en la que el principio de la educación como bien público se está poniendo cada vez más en cuestión a la luz de: (i) las tendencias actuales de privatización y mercantilización, (ii) la diversificación de agentes implicados, y (iii) la incorporación de nuevos patrones en la gestión pública de la educación. Por un lado, el crecimiento de las políticas de elección escolar, de privatización de escuelas y de mercantilización de la educación estarían erosionando la gobernanza democrática de la educación pública, dando lugar a nuevos modelos de segregación y desigualdad educativas. Por otro lado, el exitoso aumento del número de escuelas sostenidas, total o parcialmente, con fondos privados que ha traído la diversificación de agentes implicados en la provisión del acceso a la educación estaría desafiando la idea de que solo existe un modelo de educación escolar válido, contribuyendo a la redefinición del significado de lo que es la educación pública. Y, por último, la incorporación de nuevos patrones en las prácticas de la nueva gestión pública en el ámbito educativo estaría provocando cambios en las formas de asumir y ejercer la responsabilidad en materia educativa, pasando de modelos democráticos a otros más tecnocráticos, que están ahora fuertemente enfocados hacia la satisfacción de necesidades de los “clientes” (alumnado y familias) en lugar de servir al bien común. Una situación que viene a desafiar el papel tradicional de las instituciones democráticas de los estados como actores preeminentes en la definición de la educación como bien público y común.
El objetivo del monográfico es generar un espacio de discusión teórica para comprender mejor cómo las prácticas docentes son parte y un aporte sustancial a la construcción de bienes comunes. También explora en qué medida la crisis de estas prácticas y de la dimensión pública de la educación están ligadas a nuestras dificultades contemporáneas para construir espacios comunes en otros ámbitos de la vida social. Resulta necesario reivindicar la educación como un bien público y común, sostener a las escuelas como las instituciones mejor equipadas para extender y garantizar derechos y oportunidades para todos, y defender que los docentes que trabajan en esas instituciones son, en última instancia, responsables de hacer cumplir las promesas democratizadoras de la educación para todos los estudiantes. Y esto porque en las escuelas, la democracia se materializa en ese singular movimiento intergeneracional, emancipador y liberador que implica compartir conocimientos heredados. En el actual contexto de inestabilidad de los sistemas democráticos, las escuelas y sus docentes atraviesan un momento de nuevas y desconocidas formas de presión que luchan por determinar el significado, la dirección y el contenido de las identidades y roles de los docentes. Y es que, durante los últimos años, la esfera pública como espacio de oportunidad y búsqueda de bienes comunes, se ha visto socavada y erosionada como resultado del surgimiento de modos de gobernanza en los que prima la lucha por la representación y competencia entre intereses particulares. ¿Son los docentes capaces de resistir esta agenda? ¿Cómo hacerlo? ¿Queda algo de eso distintivo que las escuelas aportaban al ensanchamiento de nuestras democracias? ¿Todavía vale la pena intentarlo? ¿Por qué? A estas cuestiones tratan de responder las diez contribuciones incluidas en el monográfico.
educación primaria, educación secundaria, escala de percepción del alumnado, estrategias de personalización, personalización del aprendizaje, validación de una escala.
The promise of quality education for all is a democratizing call, with which it is assumed that education is part of the common good. However, its conditions of possibility are precisely those that are being threatened. We are living in an era in which the principle of education as a public good is increasingly being questioned considering: (i) current trends in privatization and commodification, (ii) diversification of actors involved in schooling provision, and (iii) the incorporation of new patterns in the public management of education. On the one hand, the growth of school choice policies, the privatization of schools and the commercialization of education are eroding the democratic governance of public education, giving rise to new models of educational segregation and inequality. On the other hand, the successful increase in the number of schools supported, totally or partially, with private funds, which has brought about the diversification of actor involved in providing access to education, are challenging the idea that there is only one valid school education model, contributing to the redefinition of the meaning of what is public education. And, finally increasing practices of new public management in education are causing changes in the ways of assuming and exercising our shared responsibilities in educational matters, moving from democratic models to more technocratic ones, which are now strongly focused on meeting the needs of “customers” (students and families) rather than serving the common good. This is a situation that challenges the traditional role of schools as democratic institutions and of public administrations as preeminent actors in the definition of education as a common good.
The purpose of this special issue is to create a space for theoretical discussion in which to better understand how teaching practices make up a substantial part of and contribution to the construction of common goods. In addition, it explores the extent to which these practices and the public dimension of education are linked to contemporary difficulties in creating common spaces in other areas of social life. It is essential that education be considered a public common good, that schools be held as the institutions best equipped to extend and guarantee rights and opportunities for everyone, and that teachers at such institutions be acknowledged as the ones responsible in the end for keeping alive the democratic promises of education for all learners. Indeed, at schools, democracy takes shape in a unique intergenerational movement that is both emancipating and liberating: the passing down of shared knowledge. In the current context of instability in democratic systems, schools and their teachers are undergoing new, heretofore unknown forms of pressure that struggle to set the meaning, direction and content of teachers’ identities and roles. In recent years, the public sphere as a space for opportunity and quest for common goods has been undermined and eroded by the rise of modes of governance in which private interests jostle for representation and competence. Can teachers withstand this agenda? How should they go about it? Is there anything left of the hallmark of schools being the spreaders of our democracy? It is still worth striving for? Why? The ten contributions included in this special issue try to answer these questions.
primary education, secondary education, student views scale, personalisation strategies, learning personalisation, validation of a scale.